A Lupita le gusta ir ayudar a limpiar la iglesia del pueblo cada semana. Siempre lo hace con su carita de puritana, pero termina con su sonrisota de putita, porque cuando acaba su jale, entra a la sacristía a despedirse del padrecito y lo hace muy a su manera: chupándole la verga al curita que de semana en semana acumula un chingo de leche y pues parece ser que sólo Lupita sabe ordeñarlo.
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